Hoy hemos tenido una mañana de coche y hospitales con Alberto. Por la mañana, hemos salido en taxi desde el orfanato con “la bombón”, nuestra casera. Es una sensación rara esa de acostarte por la noche en su cama y por la mañana verla en el orfanato vestida con bata blanca. Bueno, bata blanca y zapato de tacón de aguja de una cuarta de alto.
Hoy Alberto ha montado directamente con nosotros, detrás, muy tranquilo y señalando a las cosas que le sorprenden con el dedo. Todas las cosas se llaman “mamamá”, “guagua” o “pohhh”, pero a nosotros nos hace mucha ilusión y le contestamos como si fuéramos imbéciles (lo digo por la cara que se nos pone): “Si, Alberto, eso, muy bien, es un camión, si, ¡qué listo mi niño…!”. Se ha dormido un ratito en los brazos de Maria, con lo cual, más cara de lelos todavía y ha exigido su ración diaria de zumo.
Las noticias han sido buenas, o al menos eso es lo que hemos podido entender por los métodos habituales: o bien, por señas, o bien, llamando a Yulia y pidiéndola que se lo cuenten a ella y que ella nos traduzca. El caso es que los análisis de los temas graves (SIDA, Hepatitis C, etc) han confirmado que está bien y la oftalmóloga nos ha dicho que Alberto tiene Estrabismo (15 º) e hipermetropía en ambos ojos, pero no mucha, 2,5 y 3,5 dioptrías. No he conseguido enterarme de si tiene ojo vago, eso lo confirmaré mañana. Nos han dado la ficha de la graduación y hemos ido a encargarle unas gafitas: queremos que le expliquen aquí, en ruso, que se las tiene que poner y que son buenas para él. Bueno, yo creo que él lo comprobará en seguida, en cuanto se las ponga y compruebe que ve bien con ellas. Además, va a ser el único niño del orfanato que las lleve –aunque, desgraciadamente, no es el único que las necesita- y va a fardar un montón con ellas.
Le hemos encargado unas gafitas azules, como sus ojos, de Benetton, preciosas (lo digo por los que vais a venir dentro de poco a Ucrania, para que comprobéis que , aún en un pueblo poco importante, como este, puedes encontrar casi de todo); su madre ha ido dejando un reguero de baba desde la óptica hasta el taxi. Nos las darán, con sus cristales puestos, el jueves, el día del juicio, así que ese día estrenará dos cosas importantes: gafas y papás.
Ha sido, por tanto, un día importante, donde nos han quitado algunas incertidumbres (que nos iban a dar igual, Alberto es ya nuestro hijo y no lo cambiaríamos por nadie en el mundo) y nos han dado buenas noticias. Esto ha sido importante, pero no se si ha sido lo más importante. Creo que lo más importante ha pasado esta tarde, mientas jugábamos.
Como todas las tardes, a las 16:00 hemos ido a buscarle a su sala, que comparte con los otros doce niños de su grupo. En la sala están sus sillitas donde comen, sus mecedoras (tipo columpio) para los más pequeños, la cocina, etc. Todo salvo el dormitorio y los baños. Nos estaba esperando, muy formalito, sentado en una sillita y vestido para recibirnos (a los que tienen visita, es decir, padres adoptivos, les visten; el resto salen en pantalón corto y descalzos al patio, pero eso si, con gorro). Se ha lanzado a los brazos de Maria en cuanto nos ha visto, así que hemos bajado las escaleras prácticamente sin tocar los escalones.
Mientras jugábamos, le ha dado por irse a un de los cobertizos que hay en el patio para los días de lluvia. Me ha pedido que le subiera, con sus grititos habituales y esa cara tan expresiva que tiene, a un banco corrido que está al fondo del cobertizo. El caso es que cuando estaba arriba subido me ha mirado, comprobando que estaba cerca (hoy tenía las pupilas completamente dilatadas y, si ya ve mal, lo de hoy era de pena, iba trastabillando a todas partes el pobre, se ha tropezado unas cien veces) cerciorándose de que estaba cerca si se caía (no hay nada que nos guste más que el que busque nuestra mano para ayudarle a subir un escalón, que nos necesite…).
Me ha vuelto a mirar, sonriendo.
He echado los brazos hacia él y le he dicho: “Tírate”
Me ha mirado con cara de mucha tensión, se ha reído, se ha echado hacia delante y….
¡SE HA TIRADO!
Y él, muerto de risa por la emoción.
Y yo, muerto de alegría… por varias cosas. La primera: mi hijo confía en mí, a menos de una semana de conocernos, y eso quiere decir muchas cosas, que es confiado, que no lo estamos haciendo mal, que estamos creando un vínculo…
La segunda y no menos importante: que es valiente. Y, os parecerá una tontería, pero me gusta que lo sea, que no sea un cobardica, a pesar de ver poquito, ser pequeñito y, de momento, estar debilucho. Así que, hermanita, prepárate, que viene un nuevo esquiador en la familia al que tendremos que seguir con la lengua fuera por las pistas de Formigal.
La tercera, que nos entendemos, que va cogiendo lo que decimos, que es listo, que no tendrá demasiado difícil ponerse al día.
Y, para los que no se crean que mi niño es un valiente ahí va esta serie de fotografías (un poco movidas, ya sabéis que las hacemos con la cámara de video) que dan fe de no exagero un ápice acerca de la valentía, que digo valentía, arrojo, casi temeridad, de mi hijo. Para celebrarlo nos hemos puesto a bailar como locos y de postre, me ha atizado un par de mordiscos de cariño en la mano, con tal pasión que un poco más y tengo que escribir sólo con la izquierda.
Un gran día. El día en que mi hijo confió en mí.
Ahí queda eso, para la historia.
Abrazos,
Cacha
PD: Otra vez mil gracias, de verdad, por vuestros comentarios, cortos y largos, por vuestro correos y mensajes. No podemos contestar a todos, se nos va el día en estar con él y las comunicaciones son, de verdad, africanas, pero por favor, no dejéis de hacerlo. No sabéis las veces que nos hacéis llorar con vuestras cariñosas aportaciones.
Hoy Alberto ha montado directamente con nosotros, detrás, muy tranquilo y señalando a las cosas que le sorprenden con el dedo. Todas las cosas se llaman “mamamá”, “guagua” o “pohhh”, pero a nosotros nos hace mucha ilusión y le contestamos como si fuéramos imbéciles (lo digo por la cara que se nos pone): “Si, Alberto, eso, muy bien, es un camión, si, ¡qué listo mi niño…!”. Se ha dormido un ratito en los brazos de Maria, con lo cual, más cara de lelos todavía y ha exigido su ración diaria de zumo.
Las noticias han sido buenas, o al menos eso es lo que hemos podido entender por los métodos habituales: o bien, por señas, o bien, llamando a Yulia y pidiéndola que se lo cuenten a ella y que ella nos traduzca. El caso es que los análisis de los temas graves (SIDA, Hepatitis C, etc) han confirmado que está bien y la oftalmóloga nos ha dicho que Alberto tiene Estrabismo (15 º) e hipermetropía en ambos ojos, pero no mucha, 2,5 y 3,5 dioptrías. No he conseguido enterarme de si tiene ojo vago, eso lo confirmaré mañana. Nos han dado la ficha de la graduación y hemos ido a encargarle unas gafitas: queremos que le expliquen aquí, en ruso, que se las tiene que poner y que son buenas para él. Bueno, yo creo que él lo comprobará en seguida, en cuanto se las ponga y compruebe que ve bien con ellas. Además, va a ser el único niño del orfanato que las lleve –aunque, desgraciadamente, no es el único que las necesita- y va a fardar un montón con ellas.
Le hemos encargado unas gafitas azules, como sus ojos, de Benetton, preciosas (lo digo por los que vais a venir dentro de poco a Ucrania, para que comprobéis que , aún en un pueblo poco importante, como este, puedes encontrar casi de todo); su madre ha ido dejando un reguero de baba desde la óptica hasta el taxi. Nos las darán, con sus cristales puestos, el jueves, el día del juicio, así que ese día estrenará dos cosas importantes: gafas y papás.
Ha sido, por tanto, un día importante, donde nos han quitado algunas incertidumbres (que nos iban a dar igual, Alberto es ya nuestro hijo y no lo cambiaríamos por nadie en el mundo) y nos han dado buenas noticias. Esto ha sido importante, pero no se si ha sido lo más importante. Creo que lo más importante ha pasado esta tarde, mientas jugábamos.
Como todas las tardes, a las 16:00 hemos ido a buscarle a su sala, que comparte con los otros doce niños de su grupo. En la sala están sus sillitas donde comen, sus mecedoras (tipo columpio) para los más pequeños, la cocina, etc. Todo salvo el dormitorio y los baños. Nos estaba esperando, muy formalito, sentado en una sillita y vestido para recibirnos (a los que tienen visita, es decir, padres adoptivos, les visten; el resto salen en pantalón corto y descalzos al patio, pero eso si, con gorro). Se ha lanzado a los brazos de Maria en cuanto nos ha visto, así que hemos bajado las escaleras prácticamente sin tocar los escalones.
Mientras jugábamos, le ha dado por irse a un de los cobertizos que hay en el patio para los días de lluvia. Me ha pedido que le subiera, con sus grititos habituales y esa cara tan expresiva que tiene, a un banco corrido que está al fondo del cobertizo. El caso es que cuando estaba arriba subido me ha mirado, comprobando que estaba cerca (hoy tenía las pupilas completamente dilatadas y, si ya ve mal, lo de hoy era de pena, iba trastabillando a todas partes el pobre, se ha tropezado unas cien veces) cerciorándose de que estaba cerca si se caía (no hay nada que nos guste más que el que busque nuestra mano para ayudarle a subir un escalón, que nos necesite…).
Me ha vuelto a mirar, sonriendo.
He echado los brazos hacia él y le he dicho: “Tírate”
Me ha mirado con cara de mucha tensión, se ha reído, se ha echado hacia delante y….
¡SE HA TIRADO!
Y él, muerto de risa por la emoción.
Y yo, muerto de alegría… por varias cosas. La primera: mi hijo confía en mí, a menos de una semana de conocernos, y eso quiere decir muchas cosas, que es confiado, que no lo estamos haciendo mal, que estamos creando un vínculo…
La segunda y no menos importante: que es valiente. Y, os parecerá una tontería, pero me gusta que lo sea, que no sea un cobardica, a pesar de ver poquito, ser pequeñito y, de momento, estar debilucho. Así que, hermanita, prepárate, que viene un nuevo esquiador en la familia al que tendremos que seguir con la lengua fuera por las pistas de Formigal.
La tercera, que nos entendemos, que va cogiendo lo que decimos, que es listo, que no tendrá demasiado difícil ponerse al día.
Y, para los que no se crean que mi niño es un valiente ahí va esta serie de fotografías (un poco movidas, ya sabéis que las hacemos con la cámara de video) que dan fe de no exagero un ápice acerca de la valentía, que digo valentía, arrojo, casi temeridad, de mi hijo. Para celebrarlo nos hemos puesto a bailar como locos y de postre, me ha atizado un par de mordiscos de cariño en la mano, con tal pasión que un poco más y tengo que escribir sólo con la izquierda.
Un gran día. El día en que mi hijo confió en mí.
Ahí queda eso, para la historia.
Abrazos,
Cacha
PD: Otra vez mil gracias, de verdad, por vuestros comentarios, cortos y largos, por vuestro correos y mensajes. No podemos contestar a todos, se nos va el día en estar con él y las comunicaciones son, de verdad, africanas, pero por favor, no dejéis de hacerlo. No sabéis las veces que nos hacéis llorar con vuestras cariñosas aportaciones.



