lunes, 28 de mayo de 2007

UNA CIERTA NORMALIDAD

Ayer abandonamos el último hotel en el que nos hemos hospedado en Kryviryh; ya teníamos ganas, llevábamos ya tiempo sin deshacer las maletas, por la provisionalidad de los alojamientos, lo pequeño de las habitaciones, el hartazón de hacer y deshacer equipajes. Estamos en un pequeño piso al lado de la casa-cuna de Alberto; de hecho, nos lo alquila la enfermera que nos acompañó el jueves a hacerle los análisis y que supongo que vendrá mañana con nosotros a recoger los resultados y a hacerle las pruebas de graduación de la vista. Se llama Elena y la llaman “la bombón” y ayer abandonó junto con su hija el piso para dejárnoslo libre; la renta que le pagamos las familias adoptantes que vamos alquilando su casa es para ella un sobresueldo más que considerable para lo que ganan aquí.

La casa tiene unas cortinas, lámparas, sábanas, etc. completamente imposibles. Recargadas, kirtsch a más no poder (volantes y más volantes, cristales de colores, floripondios, payasos tristes, muñecas endemoniadas, peluches cursis, moquetas de colores eléctricos), pero deben ser el último alarido de la moda ucraniana porque Elena, gracias a los alquileres tiene una casa cómoda: TV grande, con DVD, lavadora nueva, ordenador para su hija…. No muchos ucranianos tienen esto en su casa y desde luego no lo paga su sueldo de enfermera. Como en todas las casas en las que hemos estado, las zonas comunes (portal, escalera y ascensor) son lo más tétrico que hemos visto en nuestra vida; de puertas adentro –empezando por la misma puerta- las casas están bastante mejor, pero la entrada es de película de ciencia ficción a lo Mad Max. No hay nada así en España, os lo puedo asegurar, quizás alguna de estas casas de realojados de la expropiación o algo así. Tal vez sea por el mismo motivo: el comunismo les asignó las casas en las que viven (es un decir, porque bien caras las pagaron…) y la transición al capitalismo les concedió un título de propiedad. Pero no dan valor a lo que no es suyo (o es de todos, por lo que no es de nadie) y, por lo tanto, no es que no lo cuiden, es que lo maltratan.

El barrio de alrededor del orfanato es como un barrio obrero de Madrid (Carabanchel, Villaverde, Vallecas…) de los años 50-60, pero en el que nadie hubiera invertido un duro desde entonces. El urbanismo, las casas, son parecidas a aquellas, pero España se ha ido haciendo poco a poco, con el sudor de una generación que vivió una posguerra (como la ucraniana por la 2ª guerra mundial) y que supo salir a base de ahorro y trabajo, y que, gracias a la democracia y la integración en la UE ha conseguido el estándar de vida que disfrutamos. En Ucrania –y en el resto de Europa del Este- las cosas no fueron así y cuanto más cerca de la antigua URSS, peor. Hay una generación entera que lo espera todo del Estado, que no sabe competir, luchar, no tiene iniciativa…. En fin, que todavía les queda, aunque son un pueblo preparado a los jóvenes de aquí les gustan las mismas cosas que a los de todo el mundo; los grupos musicales son imitaciones de los occidentales, la ropa es imitación de la occidental…

Podemos ver a Alberto dos veces al día: por la mañana de 9:00 a 11:30 y por la tarde de 16:00 a 18:00. Llevamos ya cinco días en este “régimen de visitas” que sirve para que nos vaya conociendo, nos vaya cogiendo apego (nosotros ya veníamos con él puesto) y para que nosotros aprendamos cómo es, cómo reacciona, que le gusta, que no, que quiere decir cuando o grita “mamamamama!!!”, “pyeeeh!!!” o “pohhhh!!!”, mientras pone cara de angelito, de diablillo o nos mira circunspecto. Ya nos intenta torear, finge rabietas, se enfada, hace como que nos ignora, etc. y nosotros nos morimos de risa cada vez pero nos ponemos muy serios para que no nos tome a cachondeo, sobre todo yo, que se que me toca el papel de padre, es decir, la Autoridad Competente (A.C.).

Los padres biológicos aprenden esto en varios meses de observación e influyen con sus propias palabras en lo que sus hijos quieren decir, pero nosotros nos encontramos con que Alberto ya lleva un “software” instalado que no es de la misma versión que le nuestro y poco a poco tenemos que introducirnos en los propios menús del programa (que está en caracteres cirílicos para hacerlo más difícil, es decir, que no es nuestro idioma ni se parece) para ir cambiando la versión. Y esto, en tiempo récord, porque en pocos días saldremos de aquí con él y entonces no será sentimental ni afectivamente nuestro: será legalmente nuestro hijo y entonces nos lo llevaremos de aquí para siempre, estará con nosotros todo el día, tendremos que saber que darle de comer, cuando hace caca, cuando pis, como lo hace, cuando duerme, que le duele, como saberlo… Todo esto, en quince días de convivencia, a tiempo parcial y sin entender el idioma de sus cuidadoras.

Se supone, si todo va bien, que el jueves tendremos el juicio en el que se celebrará el acto jurídico por el que Alberto será declarado nuestro hijo por las autoridades ucranianas; después tendremos que esperar diez días a que la sentencia sea firme y después viajaremos a Kiev a obtener su permiso de entrada en España, su permiso de salida del país, etc. Pero desde que la sentencia sea firme, ¡ya será nuestro! y nunca, nadie, jamás, nos lo podrá arrebatar ni separarnos de él.

Su madre está como loca: ya le ha comprado un carrito para llevarle por Kiev, le ha tomado todas las medidas para comprarle ropa y calzado, está ansiosa porque llegue Yulia el miércoles para poder traducir una batería de preguntas que tiene preparadas para las cuidadoras y al médica: que come, que no, que le asusta, que le gusta, ¿tolera bien los lácteos? ¿los cítricos? ¿duerme bien? ¿tiene alguna alergia?. Quiere saberlo todo, aunque mucho me temo que no le dirán mucho. Alberto es un superviviente y ha sobrevivido, como ha podido, a este orfanato y a sus cuidadoras, a las enfermedades y a la desnutrición, a su falta de visión y de desarrollo. Si no os lo creéis, observad la foto que os cuelgo: es capaz de beber zumo (algo que nunca había probado) del vaso que le hemos comprado, mientras sujeta con una mano una magdalena y con otra una galleta. No las suelta así le maten. Ya os lo he contado, pero es curioso observar como coge la comida protegiéndola con la manita, para que no llegue otro niño y se la quite.

Hoy se ha dedicado toda la mañana a morder a Maria. Si, he dicho a morder. Como Maria le abraza y le achucha, le cubre de besos y le hace cosquillas, él intenta hacer algo parecido, pero como no sabe besar (nadie le dijo nunca “Dale un besito a mamá…”), hace lo más parecido que sabe: muerde. Y como Maria se parte de risa y se muere de gusto al sentirse querida, Alberto se cree que está haciendo lo que debe y entonces, muerde más fuerte; así que esta mañana ha acabado llena de mordeduras, babeada, agotada, pero más feliz que un regaliz, enseñándome, con orgullo, sus “cicatrices de guerra”. Para celebrarlo, hemos ido al supermercado ucraniano a hacer la compra, intentando descubrir, entre carteles en ruso, los artículos que buscábamos

Esta situación de casi normalidad, en la que vivimos en un piso que está razonablemente limpio, que podemos ver a nuestro hijo, que hacemos una vida medianamente normal, es lo más parecido a una situación de familia completa que hemos tenido nunca. No queremos mirar muy adelante para no sentir nostalgia de lo que dejamos atrás; no queremos acordarnos de nuestra casa, del calor de nuestra familia y de nuestros amigos para así, disfrutar de cada momento que vivimos, sin echar de menos lo que tendremos al volver.

Yo que crecí leyendo novelones de Frank Yerby, donde los hombres eran tíos de carácter que fundaban grandes sagas y tenías hijos como hongos; yo que devoraba en mi adolescencia los libros del costumbrismo de posguerra español (Gironella y por ahí), deleitándome de las historias de las grandes familias, que tenían muchos hermanos y crecían felices y en armonía, donde las hijas se parecían a sus madres en su belleza y discreción y los hijos eran nobles, fuertes y valientes como sus padres. Yo, que he tenido que olvidar todos los tópicos que me creé en mi vida para aprender a vivirla, disfruto de los días más felices de mi existencia, doy gracias a Dios todos los días por el amor de mi mujer y por haberme dado un hijo como Alberto, después de tanto buscarlo.

Si hubiéramos tenido las cosas fáciles, nunca nos hubiéramos embarcado en esta aventura; probablemente nos querríamos menos (sólo en la dificultad hemos sabido apreciar el verdadero valor del otro y disfrutar de su cálida compañía) y no entenderíamos la paternidad como ahora, finalmente, le hemos entendido: no como un derecho, sino como un regalo; no como la búsqueda de nuestro propio reflejo mejorado, sino como la oportunidad de hacer a alguien más feliz de lo que hubiera sido sin nosotros; no como el cumplimiento de un convencionalismo social o de una etapa de la vida, sino como el encuentro de nuestra verdadera esencia, de lo mejor de nosotros: la entrega incondicional.

Abrazos,


Cacha













2 comentarios:

esther bcn dijo...

Uffffff, que bonito todo, vosotros, vuestra historia, el amor que reflejais, ese regalo que viene del cielo ( con todo su papeleo, si, pero de cielo) , que envidia tan sana de veros hay los tres juntos a tiempo parcial como bien tu dices y en breve a tiempo indefinido.
Yo estoy empezando a estar histerica, nos quedan 34 dias para estar en kiev, y el no saber ufff, pero bueno no armaremos de pacienci, miraremos el sol cada dia para que nos ilumine y en momentos de flaqueza , pensaremos en vosotros y en las familias que tb habeis pasado por lo mismo y eso nos empujara un poco mas.
Un millon de besos para los 3, si os lo reparits como podais.

Anónimo dijo...

No te preocupes por que Alberto no calcule bien las distancias. Y si no, mira como ejemplo, tu mismo, si pudieras calcular las distancias, Maria, no te sorprenderia en casa como te sorprende, es mas, si fueras capaz de calcular las distancias, bajo ningun concepto tendrias a Maria como esposa... mmm.

Me encanta veros tan sumamente felices, con "mi sobrino", la gran pregunta es: ¿sereis capaces de compartirlo con el resto de la familia?.

Supongo que tendremos que facilitar dicha labor, y no ser pesados en exceso, pero ello no es obstaculo para que pasados unos meses, los tiiitos/tiiitas, procedamos al rapto de Alberto De Cachavera Navascues, y demos rienda suelta a nuestra conocida costumbre de malcriar al hijo ajeno, dado que quienes tienen que educarle son sus padres, y por unos caprichitos de nada, ¿que va a pasar?...

En cualquier caso, Me adjudico el derecho de ser yo, Tio Mangosta el responsable de regalarle su Karategui, incluido el cinturon Blanco/amarillo. Algo que me reportara un placer especial cuando Alberto entrene las katas en el cuerpo de su padre. mmm

Bueno chicos, eso, que teneis un seguimiento total por parte de la family.

Por cierto no estaria de mas, que nos contarais como y cuando veis los correos, mensajes, etc.

Besos mil. Cacha / Maria